ESPACIO DE LECTURA
Grupo de Investigación para una
Práctica entre Varios
Begoña Ansorena Anza
Espacio de lectura
GI para una Práctica entre
Varios
Barcelona 7 de noviembre 2012
Caso Roberto.
¡EL LOBO! EL LOBO!
De Rosine y Robert Lefort.
INTRODUCCIÓN
(Un poco de historia)
“Los Lefort” como se les
conoce en los círculos psicoanalíticos lacanianos, son una de esas parejas que
han contribuido a la teoría y práctica del psicoanálisis enriqueciendo sus
desarrollos personales a través del criticismo mutuo.
Robert Lefort trabajó con
Maud Mannoni en Bonneuil y publicó con ella reflexiones psicoanalíticas en la
práctica clínica en instituciones. Rosine Lefort, trabajó primero con Janny
Aubry en un orfanato y fue allí- mientras se analizaba con Lacan- donde condujo
el análisis de tres niños pequeños: Nadia, Marie-Françoise y Robert cuyos
tratamientos dieron nacimiento a dos libros, Nacimiento del Otro, , Barcelona, Paidós, 1983 y L’Enfant au loup et
le Président, Paris, Le Seuil,
1988.
Ambos libros fueron el
resultado de varios años de seminarios en la Sección Clínica del Departamento
de Psicoanálisis de la Universidad Paris VIII. Estos seminarios también
condujeron a la fundación del Cereda, (Centre d’Étude et de Recherche sur l’Enfant dans
le Discours Analytique) institución
que funciona desde 1983 en Paris. A partir del principio de que “el niño es un
sujeto de pleno derecho” se creo en 1992 la NRC en la que se incluye tres
diagonales, la francófona, hispanófona, y americana que permanentemente convoca
seminarios, congresos y encuentros y que promueve las publicaciones de
psicoanálisis con niños.
Desde El nacimiento del Otro (1980) a La distinción del autismo (2003), Robert
Lefort desarrolló con Rosine, una obra centrada en el tratamiento de sujetos
para los que "no hay Otro". Habían llegado a poner
ese "no hay Otro" en tensión con "la inexistencia del Otro"
en la civilización. En esa perspectiva, postulaban una "estructura
autística" que sin presentarse como un cuadro del autismo propiamente dicho,
lo evoca por sus elementos estructurales dominantes y muy netamente marcados.
Esta estructura sería la cuarta entre las grandes estructuras: neurosis,
psicosis, perversión, autismo".
Rosine y Robert Lefort, estuvieron
dos veces en Barcelona en 1986 y en 1990 con motivo de unas Jornadas sobre
psicoanálisis con niños de la red Cereda, transmitiendo no solo, los referentes
a la clínica del objeto y al trabajo analítico de la clínica con niños psicóticos, sino también la cuestión
de la formación de los analistas.
T. Vicens recuerda aquellas visitas y dice: “Nos hicieron sentir que la
presencia que nos era ofrecida en esas jornadas era la misma de que habían
gozado el niño del lobo, Nadia o Marie-Francoise; pero también la que ella,
Rosine, había encarnado frente a Lacan, quien le había indicado el buen uso del
sentido nuevo que ella descubría.”
En este sentido, voy a destacar unos párrafos de la entrevista mantenida
con Judhit Miller y publicada en el último Freudiana. A propósito de su análisis dice: “la institución de
un imaginario fue importante. La psicosomática me había seguido casi desde siempre:
me había servido desde los diecisiete hasta los veintisiete años. En el momento
en que el médico me dijo que ya no estaba enferma, perdí todo apoyo y empecé un
análisis. Tenía entonces veintisiete años, venía de pasar diez años en la cama,
enteramente enyesada”.
Bien, rescato este punto
de “la institución de un imaginario fue importante” porque veremos cómo en la
cura de Robert hay todo un trabajo por parte de la analista en instaurar un
imaginario en Robert, mediante el anudamiento particular de lo simbólico que
ella encarna y lo real.
Otro momento de la
entrevista dice: “Durante los ocho meses pasados con Lacan sin poder decir una
palabra, estaba aterrorizada por ese agujero en torno al cual no podía poner
ninguna palabra; ese mismo agujero, lo encontré en los niños.”
Me parece importante
destacar la articulación entre la analista-analizante Rosine. Aunque no es el
objetivo de este trabajo, la investigación que he realizado, me ha llevado a
corroborar la estrecha relación existente de este binomio en Rosine Lefort. Este binomio
analista-analizante se refleja en el abordaje y tratamiento de los casos con su
propia experiencia analítica. Se palpa la tensión existente entre los efectos
de la misma como analizante y su posición en la clínica de los casos, como
analista. Se trata de un rastro que no es fácil de seguir en otros casos, y
aquí aparece en primer plano, es decir con una franqueza y claridad inusual, por
eso lo señalo.
Sobre el caso Robert, existe
abundante material. Lacan en el Seminario I, Los escritos Técnicos de Freud en su clase del 10 de marzo de 1954 nos presenta a
su alumna Rosine Lefort, para hablar del caso Robert.
Mas adelante, en 1984, se publica en Clinica bajo
Transferencia algunas sesiones
llevadas a cabo por los Lefort sobre este caso, y más tarde en 1988 se publica L’Enfant
au loup et le Président, Paris, Le
Seuil, 1988, en el que establecen un paralelismo entre la psicosis de un niño y
la psicosis de un adulto, y que J.Alain Miller hará un comentario del caso
Roberto dando lugar al artículo “La matriz del tratamiento del niño del lobo”.
Dada la abundancia de material
del caso, he elegido algunos momentos del tratamiento, momentos de
transformación que me parecen cruciales en la cura de Robert:
1.- Episodio de la mutilación
2.- ¡El Lobo!-El rito propiciatorio
3.- Auto-bautismo
Tomando el esquema de
Miller que hace en “La matriz del tratamiento del niño del lobo” tenemos:
Estado inicial→ □→estado final
Caja
Negra
(El libro)
teniendo en cuenta que en
el estado inicial, según el dicho de una enfermera a Rosine fue: “con este niño
es un infierno” y en el estado final el comentario fue: “realmente este niño es
adorable”. En las conclusiones del libro, se detalla que este niño que estaba
destinado al asilo en los años 1950 pudo ser ingresado en una institución
médico-educativa, familiar, y que el tratamiento cambió su destino.
ROBERT: episodio de la
mutilación.
En las notas que toma
Rosine dice: ”Robert nació el 4 de marzo de 1948. Su historia fue reconstituida
trabajosamente, y si los traumatismos sufridos pudieron conocerse fue, sobre
todo, gracias al material aportado en las sesiones.”
Aquí tenemos una afirmación clara de la posición de Rosine como analista.
No presupone nada sobre el alcance de los acontecimientos, no se deja
sugestionar por lo imaginable, sino que extrae su saber del trabajo en las
sesiones con el niño.
Voy a leer algunos datos de su historia clínica para que tengan una idea
del caso:
Padre desconocido. Su
madre internada por paranoica. Lo tuvo consigo hasta los cinco meses, errando
de casa en casa. Desatendió los cuidados esenciales llegando incluso a olvidar
alimentarlo. Debían recordársele sin cesar los cuidados que requería su hijo:
aseo, alimentación. Se demostró que el niño estuvo desatendido hasta el punto
de sufrir hambre. Debió ser hospitalizado a los cinco meses en un estado
avanzado de hipotrofia y desnutrición.
Apenas hospitalizado,
sufrió una otitis bilateral que requirió una mastoidectomía doble. Fue
alimentado con sonda a causa de su
anorexia. A los nueve meses fue devuelto casi por la fuerza a su madre y a los
once en un estado marcado de desnutrición será definitiva y legalmente
abandonado, sin haber vuelto a ver a su madre.
Desde esta época y hasta
los tres años y nueve meses, el niño sufrió veinticinco cambios de residencia,
pasando por instituciones de niños u hospitales, sin habérsele colocado nunca
con una familia adoptiva propiamente dicha. Estas hospitalizaciones fueron
requeridas por sus enfermedades infantiles. Se destacan evaluaciones
sanitarias, médicas que indican profundas perturbaciones somáticas y cuando lo
somático mejoró, deterioros psicológicos. La última evaluación, cuando Robert
tenía tres años y medio, propone una internación que sólo podía ser definitiva,
por un estado parapsicótico no francamente definido.
De esta manera, con tres
años y nueve meses, llegó a la institución donde Rosine comienza su
tratamiento.
Posteriormente en notas
tomadas por Rosine en la primera fase destaca: Desde el punto de vista
pondo-estatural, se hallaba en muy buen estado. Desde el punto de vista motor,
marcha pendular con gran incoordinación de movimientos, hiperagitación
constante.
El lenguaje tenía ausencia
total de habla coordinada, gritos frecuentes, risas guturales y discordantes. Entraba
en la habitación corriendo sin parar, aullando, saltando en el aire y volviendo
a caer en cuclillas, cogiéndose la cabeza con las manos, abriendo y cerrando la
puerta, encendiendo y apagando la luz.
Los objetos los tomaba o
bien los rechazaba o los amontonaba sobre Rosine. Lo único que pudo sacar en
claro de estas primeras sesiones es que Robert no se atrevía a acercarse al biberón,
soplaba por encima. También tenía un interés por la palangana que llena de agua
,parecía desencadenar una verdadera crisis de pánico.
Hacía el final de esta
fase preliminar, durante una sesión después de haber amontonado todo sobre
Rosine en un estado de gran agitación, salió a toda velocidad, y en lo alto de
la escalera, que no sabía bajar solo, Rosine le oyó decir, con tono patético,
con una tonalidad muy baja que no le era habitual, “mamá”, mirando al vacío.
Esta fase, termina una noche, que después de acostarlo, de pie en su cama, con
tijeras de plástico, intentó cortarse el pene ante los otros niños
aterrorizados.
Vemos enseguida la importancia primordial que toma la primera fase del
tratamiento, en este episodio de la mutilación en el siguiente esquema:
a S2 $
J S1 C
Esquema
de la transformación
Empieza por un simulacro
de mutilación efectuado por el sujeto sobre su propio cuerpo y precisamente
donde se encuentra su pene. Desde el principio del tratamiento, se hace un
llamamiento a una barra que habrá que situarla no en cualquier sitio. Podemos
llamar a esto una castración en lo real. Y aquí, nadie pensará que juega a
cortarse el pene porque ha leído a Freud. Considero este caso como una
verificación del psicoanálisis.
¿Cómo se obtiene la
transformación? Es sin duda el objeto de un debate futuro, pero suponemos que
se deduce la introducción, en el mundo del paciente, de un elemento nuevo que
es la presencia del analista.
No cabe duda de que otras
lecturas podrían querer incluir en los elementos de esta transformación, por
ejemplo, la organización de la propia institución, los cuidados recibidos por
las enfermeras etc.
Nosotros suponemos que el elemento decisivo de esta
transformación es la introducción de la presencia del analista en el mundo del
paciente. Qué es el analista? Cuál es la presencia efectiva de Rosine Lefort al
lado de este paciente? Se trata de una mujer joven ya en proceso de análisis, y
cuya extrema atención al más mínimo detalle da a pensar que está sostenida por
una transferencia, no simplemente una transferencia hacía el paciente, sino una
transferencia hacía el analista, incluso, dada la identidad de este analista,
una transferencia hacia el psicoanálisis. Sin duda también, está dotada de una
memoria y de una sensibilidad muy intensa.
Rosine busca la lógica de la estructura, atrapada en la particular historia
del desamparo brutal de este pequeño de cuatro años y medio, en el abandono del
Otro, que lo dejó sin el apoyo vital del deseo y del amor, ahogándose en el
goce indecible de despiadadas intervenciones en su cuerpo enfermo y castigado.
Rosine no busca el medicamento que lo apacigüe y lo haga callar, ni el
“programa” que lo reeduque para que no moleste.
Se trata de una analista que aguanta,
que no cede ante el estrago incomensurable que el Otro ha causado en este niño,
que se enfrenta a la pulsión de muerte resistiendo a los ataques, a la
agresividad del pequeño enloquecido.
¡El lobo!- Rito propiciatorio
Solo sabía decir dos
palabras: ¡Señora” y “El lobo”!. Repetía “el lobo”! todo el día, por lo que le
puse el sobrenombre de el niño-lobo, pues tal era verdaderamente, la
representación que tenía de si mismo y mediante el cual nombraba a su
perseguidor.
Un día tal como el 6 de
febrero, al finalizar la sesión con Robert y tras negarse a entrar en la
guardería, se precipita al lugar en donde están guardados los orinales. Me dice
imperiosamente y en estado de agitación: “pipi!” Coge un orinal, lo deja a mi
lado. Hace que le quite el pañal y hace pipi sentado como una niña. Cuando ha
terminado me enseña lo que ha hecho, me da el orinal que vuelvo a dejar en el
suelo en el mismo sitio, sin vaciarlo en el retrete. Entonces mira aterrado el
agujero del retrete, lo señala con el dedo al tiempo que grita: “¡lobo, lobo!”
y quiere que vuelva a darle su orinal. Mete la mano en el para comprobar que el
pipi sigue estando ahí, y se calma. Como eso ya no forma parte de la sesión, no
le digo nada, y acepta volver a la guardería.
Más tarde, hacia la noche,
oigo llorar frenéticamente a Roberto, que grita “¡mamá!”. Durante la noche, a
causa de su peligrosa agresividad para con Maris, lo habían cambiado de
habitación. Al verme, se agarra enseguida a mis rodillas, esconde la cara en mi
bata y se calma casi enseguida. Me mira largamente, recoge un juguete y me lo
alcanza sonriente, siempre apretado contra mí, mientras la enfermera,
enfadadísima, me explica que no quiere saber nada de Roberto porque es
peligroso para los pequeños. Entonces me lo llevo en brazos al otro lado del
comedor comunitario. El se agarra frenéticamente a mi cuello. Lo confío a la
celadora de noche. Entonces él arroja al suelo todo lo que encuentra mientas va
gritando “¡lobo!”.[10]
La cuestión que se plantea
Rosine es la irrupción de este significante “lobo”, de su estatuto y de sus
efectos en Robert.
La irrupción, como se
puede apreciar, no sucede en un instante cualquiera, sino en relación con su
pipi, que ha de ser echado como desperdicio y con su propia deyección.
Por lo que a su estatuto se
refiere, es un significante, y un significante nuevo, aparece como un
significante puro y llega ante una situación de la que Robert nada puede decir,
allí donde para él falta el significante: “lobo” como significante nuevo surge
para colmar ese agujero en el significante.
Antes del “lobo”, Roberto
era sólo un puro superyó cuyo soporte era el significante “señora”. Fue con un
estridente “señora” con lo que me recibió el primer día que lo ví,
señala Rosine. El mismo es ese “señora” cuando le toca vigilar o cuando reparte
entre los demás niños los trozos de galleta que coge de mi bolsillo sin
quedarse ninguno para sí, todo esto tomándome a mí como testigo, o también
cuando responde que “si” a todo, incluso para decir no.
Pues bien, el grito que de
él sale; ¡lobo!, ¡lobo! Viene a ser el equivalente del “señora”. Este es el
efecto esencial de ese inicio de tratamiento, el de haber empujado a Robert
hacia un significante nuevo. “Señora” mediante el tratamiento, dejó de ser un
significante puro para convertirse en “una señora”, en la transferencia con el
Otro.
Rito propiciatorio
Veremos como Rosine al concederle un lugar
a su grito, irá captando los efectos desmesurados de los traumas que
conseguirán expresarse hasta el momento en que el niño consiga, por primera
vez, formular una demanda de cobijo.
Al comienzo del tratamiento se creía obligado a hacer caca en cada sesión,
pensando que si me daba algo, me conservaba. Sólo podía hacerlo apretándose
contra mí, sentándose en el orinal, teniendo con una mano mi guardapolvo, y con
la otra un biberón o un lápiz. Comía antes, y sobretodo después. No leche, sino
bombones y tortas.
La intensidad emocional evidenciaba un gran temor. La última de estas
escenas aclaró la relación que para él existía entre la defecación y la
destrucción por los cambios. A lo largo de esta escena había comenzado haciendo
caca, sentado a mi lado. Después, con su caca al lado de él, hojeaba las
páginas de un libro, volviéndolas. Luego oyó un ruido en el exterior. Loco de
miedo salió, tomó su orinal, y lo colocó ante la puerta de la persona que
acababa de entrar en la habitación vecina. Después volvió a la habitación donde
yo estaba, y se pegó a la puerta gritando:¡El lobo!¡El lobo!
“Tuve la impresión de que era un rito propiciatorio”. Era incapaz de darme
esa caca. En cierta medida, sabía que yo no lo exigía. Fue a ponerla fuera,
sabía bien que iba a ser botada, o sea destruida. Le interpreté entonces su
rito. Después fue a buscar el orinal, lo volvió a poner en la habitación a mi
lado, lo tapó con un papel diciendo “a pu, a pu”, -ya no hay más, según la
traducción de Il n’y en a plus-, como para no estar obligado a entregarla.
Comenzó entonces a ser agresivo conmigo, como si al darle permiso para
poseerse a través de esa caca de la que podía disponer, yo le había dado la
posibilidad de ser agresivo. Evidentemente, no pudiendo hasta entonces poseer,
no tenía sentido de la agresividad, sino sólo de la autodestrucción, y esto
cuando atacaba a los otros niños.
Un poco de arena cayó al suelo desencadenando en él un pánico inverosímil.
Se vio obligado a recoger hasta la última pizca, como si fuese un pedazo de sí
mismo, y aullaba: ¡El lobo!¡El lobo!".
Ayudarle a plantear su dificultad requiere una abnegación muy especial, una
docilidad a la estructura que sólo se consigue cuando se ha renunciado a las
pasiones yoicas, a todo narcisismo, a cualquier ideal terapéutico. A través de
sus interpretaciones Rosine ofrece a Robert la humanización que sólo la palabra
verdadera confiere a las necesidades más humildes, aquéllas en las que todos
hemos sido formados.
"La leche es lo que se recibe. La caca es lo que se da, y su valor
depende de la leche que se ha recibido. El pipí es agresivo." Día tras día
Rosine sostiene a Robert, no le deja caer, le ofrece su permanencia, su
presencia, aliviando la autodestrucción estragante y desoladora: "Debo
tranquilizarlo con mis interpretaciones, hablarle del pasado que le obliga a
ser agresivo, y asegurarle que esto no implica mi desaparición, ni su cambio de
lugar, que siempre es tomado por él como un castigo.
Rosine trasmite el uso topológico que el niño puede hacer de las diferentes
estancias en las sesiones. Destaquemos una, esencial, en la que el niño
consigue encerrarla en un cuarto de baño y vuelve a la habitación en la que
habitualmente se encuentran.
“… solo, subió a la cama vacía y se puso a gemir. No podía llamarme, y era
preciso sin embargo que yo volviese, pues yo era la persona permanente. Volví.
Roberto estaba extendido, patético, […] por primera vez, extendió sus brazos y
se hizo consolar."
A partir de esta sesión, se percibió en la institución un cambio total de
comportamiento, ya no habló más de él, desaparece el uso de la palabra ¡El
lobo!. Lacan le otorga un carácter trascendental al calificarlo de médula de la
palabra y sus observaciones conceden a una perspectiva muy precisa a ese
enunciado: no se trata de un niño deficitario sino de un niño alucinado.
Miller señala que aquí empieza una serie
totalmente sistemática y cuya lógica es apabullante, puesto que el objeto
siguiente con el que Robert se va a encontrar es el agujero del váter, que él
fue a buscar, que no estaba en la sala. A penas el dispositivo de tratamiento
está en marcha que, después de este primer intento de mutilación, vamos a ver
este menos declinarse en lo real.
Este encuentro buscado con un agujero real va a apelar en él al
significante “lobo”. En efecto, podemos estar de acuerdo con la formulación de
Rosine y Robert Lefort según la cual se trata del “representante real de otro
agujero, aquel en lo simbólico”. Hay que entender la frase en su paradoja.
O también la fórmula “el agujero
real del váter es lo que corresponde en lo real a - φ
”.
Esta es la matriz del tratamiento, señala Miller, del caso Robert, a saber,
que vemos al sujeto, a partir de este esfuerzo de castración real, intentar
encarnar, en lo real, este menos que parece obedecer en él a una necesidad
absolutamente infalible.
Auto-bautismo
Como señalaba
anteriormente, desaparece el uso de la palabra ¡El lobo! El lobo! Y es en torno a este pivote del lenguaje
donde se produce un giro en el tratamiento.
Comenzó un periodo tomando
un cubo de agua cuya asa era una cuerda (…). Volcó el contenido del agua, se
desnudó totalmente (…) y todo culminó en dos escenas capitales, actuadas con un
recogimiento extraordinario, y una plenitud asombrosa, dado su edad y su
estado.
En la primera escena,
Robert, desnudo frente a mi, recoge con sus dos manos unidas agua, la eleva a
la altura de sus hombros y la hace correr a lo largo de su cuerpo. Recomienza
de este modo varias veces y me dice entonces, muy bajito: Roberto, Roberto.
A este bautismo por el agua, le siguió un bautismo por la leche (…) después
tomo su vaso de leche y lo bebió. Luego repuso la tetina, y comenzó a hacer
correr la leche del biberón a lo largo de su cuerpo, haciendo correr la leche
sobre su pecho, su vientre y a lo largo de su pene con un intenso sentimiento
de placer (...) volviendo a la misma escena que había jugado con el agua.
Como se puede apreciar, se trata de una elaboración completamente
extraordinaria que culmina en este conmovedor auto-bautismo gracias al efecto
benéfico de la transferencia, la leche adquirió una significación positiva y él
puedo pronunciar su nombre, bajito, mientras palpaba su cuerpo del que
comenzaba a apropiarse, aferrándose, por fin, a la vida.
BIBLIOGRAFIA LEFORT:
Rosine y
Robert Lefort, Nacimiento del Otro. Paidós: Buenos Aires, 1983.
Rosine y
Robert Lefort, Maryse se hace una niña. Barcelona: Paidós 1996
Rosine et
Robert Lefort, Les structures de la psychose. París: Seuil. 1998.
Rosine et Robert Lefort, La distinction de l´autisme. París: Seuil.
2003.
Lacan,J. “¡EL LOBO! EL LOBO!”.Los Escritos
Técnicos de Freud.Seminario I.
Paidós.1981.Barcelona.