STANLEY: Margaret
Mahler
Victoria
Costa Lafourcade
Barcelona, Enero 2013
Mahler
da fundamento a su teoría a partir de la observación
y/o tratamiento de niños psicóticos, bajo el
prisma de la Psicología del Yo y desde una teoría centrada en el déficit.
Su conclusión era que los niños autistas y psicóticos simbióticos
debían, enfrentarse al problema al que todo niño se halla confrontado en su
desarrollo evolutivo normal, pero que es superado por la gran mayoría. Todo lactante es autista -al
comienzo está separado del mundo- y todo lactante es simbiótico -está
subjetivamente fusionado con la madre-, pero la mayoría resuelve la tarea de
producir y mantener contacto con el mundo mejor que aquellos niños que devienen
psicóticos. Así nacía la idea de una fase autística y simbiótica normal. El
problema fundamental que ella encierra puede formularse así: ¿Cómo y cuándo los
niños normales logran el pasaje exitoso de una unidad ilusoria a la percepción
(soportable) de la separación?[1]
La autora explica que en la evolución normal del niño aparece en
las primeras semanas lo que ella llama un “autismo normal” que se
caracteriza por un estado alucinatorio. Desde el 2do. Mes, se produce la fase
simbiótica con la madre: donde la característica es que ambos constituyen
una unidad dentro de un límite común. Esta fase indica la caída de la caparazón
autista y es solidaria de un yo rudimentario. La fase siguiente, de separación-individuación, permite la
maduración del yo. Desde esta perspectiva la psicosis presenta una
individuación deficiente o ausente.
El tratamiento perseguía metas muy concretas:
1-restauración de la imagen corporal y de la identidad.
2-desarrollo de las relaciones de objeto.
3-restauración de las funciones carentes o distorsionadas
madurativas del yo. Todo esto planteado desde una función educativa que apunta
al desarrollo yoico[2]
El tratamiento
consistía en una experiencia simbiótica correctora con un terapeuta y está planteado
desde un modelo tripartito: madre/niño/terapeuta, con 2 fases muy
diferenciadas.
En la primera fase,
se presentan 2 momentos, uno con el niño y otro con la madre. Con el primero,
se busca un contacto que no sea vivido como una intrusión donde el terapeuta
intenta volverse el “principio materno” para funcionar como amortiguador entre
él y su ambiente. La meta de este primer momento es restablecer una relación
simbiótica original, etapa donde falló o que fue altamente alterada en el niño
psicótico. Y por otro lado, se intenta llevar a la madre al mismo tipo de
relación que pudo establecer con el niño. Busca producir una identificación de
la madre con el terapeuta. En una 2da. Fase, se intenta que el niño reviva y
entienda las experiencias traumáticas que han impedido su evolución para lograr
un desarrollo yoico.
Presentación
de Stanley.
Stanley
contaba con 6 años cuando es traído por sus padres al tratamiento con la Dra.
Paula Elkisch, co-terapeuta y colaborada en varios textos de Margaret
Mahler.
Los padres del
niño, hasta este momento no habían apreciado nada anormal en él, sino que es un
tío de éste, el que los advierte sobre su conducta extraña. Desde los 3 años
permanecía estirado en el suelo, inerte, mirando fijamente en el espacio, sin
jugar. Después de haber balbuceado unas cuantas palabras en la segunda mitad
del segundo año Stanley dejó de hablar. La duración total del tratamiento con
el niño fue de 3 años sin embargo,
ambas terapeutas siguieron de cerca su desarrollo hasta bastante entrada
la adolescencia, describiendo que aún en ella algunos de los “mecanismos
psicóticos” persistían y demostraba un desajuste social que no pasaba
desapercibido.
Desbrozando
un poco éstos hechos, sabemos que a los 6 meses Stanley sufrió de una hernia
inguinal. El dolor aparecía repentinamente mientras el niño jugaba y entraba en
grandes momentos de llanto intenso. Por indicación médica ante un riesgo de
estrangulamiento de la hernia, ambos padres con mucho fanatismo intentaban
prevenir y acallar estos estados.
Para evitar estos accesos de llanto violento, era la madre la asumía la función
de pasear al niño cogido contra su pecho para distraerlo. La hipótesis de la
autora es que en la cima de la fase simbiótica estos dolores desbarataron la
formación de una imagen corporal normal, no teniendo la oportunidad de desviar
la agresión, de expulsar el dolor y el malestar al exterior. Las sensaciones
viscerales traumáticas tempranas
rompieron el continuum del proceso de libidinización. La des-libinización sirve
de defensa al yo fragmentado del niño psicótico.
A
los 3 años se produjeron cambios traumáticos en la vida de Stanley. La familia
tuvo que trasladarse de la casa
familiar que compartían con los abuelos maternos debido a un brote psicótico
agudo de su abuelo, y la bisabuela materna a la cual la abuela estaba
mórbidamente ligada murió. Tanto la abuela materna como la madre de Stanley
reaccionaron con depresión ante este hecho. Su madre, debido en gran parte a
estas circunstancias ambientales se encontraba bastante desligada o al menos
escindida de su rol como madre y como hija. En palabras de Mahler, Stanley
parecía haberse quedado fijado, detenido, en la etapa simbiótica primaria de la
relación madre-hijo de manera que no ha podido establecer su identidad
individual separada del ser de la madre.
Sesiones
de trabajo al modo de viñetas.
El hombre de la bicicleta
En
la descripción que hace Mahler de Stanley, lo relaciona al niño con intereses
muy concretos, sobre todo objetos mecánicas. La autora describe el estar del
niño, desde un pasar de la inactividad absoluta y de un ser/estar caído a
encenderse y vincularse a intereses muy concretos.
Uno
de ellos era un cartel de anuncio de cerveza que había en la ciudad donde
vivían, el cual su característica principal era que se trataba de un robot
mecánico montado en una bicicleta que tenía movimiento constante las 24hs. del
día. El niño pedía a sus padres constantemente que lo llevaran a ver al “hombre
de la bicicleta” y aparecía en el niño el mismo movimiento autómata. Un día al
llegar a sesión explica: “Hoy el hombre se detuvo, hoy paró…este es el día más
feliz de mi vida!”. El parar o poner en marcha comenzó a ser un tema central en
la vida de Stanley. Posteriormente se puso en serie en otro interés del niño el
de dibujar ruedas que rodaban o que dejaban de rodar.
El
interés de Stanley con “el hombre de la bicicleta” vino a entretejerse con otro
objeto mecánico: un teléfono de pared. Solía entrar al despacho de la terapeuta
con los oídos tapados por las dos manos, con un aspecto angustiado en el rostro
y luego se lanzaba precipitadamente al rincón más alejado de la sala y hacía
esta pregunta “ ¿qué hará hoy el teléfono de la pared cuando sea la hora?”. A
lo que la terapeuta respondía: “sonará”. Y Stanley replicaba: “No, no sonará”.
Y ante varias preguntas y comentarios de la terapeuta que apuntaban a organizar
algo de la realidad de este objeto, a querer que el niño aprehendiera algo de
la causa y efecto del uso del aparato, lo llevaba escaleras abajo, escaleras
arriba, para que pudiera advertir la relación del timbre con el objeto sonoro.
Pero, con sorpresa de la terapeuta, el niño seguía respondiendo: “No, no
sonará. Y hoy no sonó tan fuerte
porque él sabía que nosotros esperábamos su zumbido”. Por más esfuerzo que ella
pusiera en intentar domesticar estas ideas del niño, el permanecía impermeable
a sus explicaciones.
En
las sesiones el niño pasaba por éstos 2 momentos. Se encontrada en este estado
de semi-estupor y cuando Stanley tocaba el brazo del “sustituto materno”
(terapeuta) o la terapeuta le ofrecía la palabra que actuaba como un “engrama
desencadenador” (la palabra “bebé”) emergía un estado de excitación, donde
siendo leve al principio, el niño parecía encenderse a sí mismo, en un estado
afectivo difuso e intenso, como si fuera una máquina. Mahler interpreta que
estos estados de intensos paroxismos, donde el niño no cesaba de saltar,
acalambrarse y/o torcerse, tenían la función de producir una sobrecatexis
difusa de su yo, porque al incrementar las sensaciones corporales, parecían
permitirle alcanzar cierto estado de autoidentidad.[3]
La
autora presenta otros breves fragmentos de intereses de Stanley en relación a
los que podíamos llamar “fenómenos de alternancia”: apagar y encender las
luces, en especial la de la nevera, y enchufar y des-enchufar objetos sonoros.
¿Son
intentos de descompletar al Otro, de marcar una diferencia, en donde no hay una
simbolización de una falta y por lo tanto un exceso no negativizado?
Malhler
traduce que las máquinas fascinaban y atemorizaban a Stanley. La fascinación y
sorpresa que le provocaban era la misma que sentía frente a sus propios
impulsos e intenciones.
El destino de las alubias
Otra
viñeta interesante es el interés del niño por el destino/circuito de las
alubias que comía. La autora describe este momento donde el niño está
obsesionado con unas alubias muy largas que había comido en la escuela. Desde
entonces hacía preguntas todos los días: A donde había ido a parar? Donde
estaban ahora? Que aspectos tenían ahora? Que haría con ellas la cloaca?. V.
Palomera, en su artículo (1997) “¿Desde dónde puede operar el psicoanalista en
el tratamiento de la psicosis?”[4],
precisa entre otras cosas en relación al caso Stanley, que en definitiva se
trata de la relación del sujeto con el significante. Donde en el autismo a
pesar de que se verifica un rechazo de la alienación significante, es decir que
no consienten a ser representados por el significante, eso no impide, estar
capturados en esa misma alienación, ubicándose, eso sí, como significados del
Otro.
En
ésta viñeta se puede ver bien como las alubias están incluidas, capturadas en
la demanda del Otro, tanto en la entrada como en la salida, en tanto que se le
dice que si las come va a tener una bonita caca. Y el niño se afana
trabajosamente en saber que pasa entre esos dos momentos, con la opacidad de su
propio cuerpo.
Para cerrar el
texto, y comenzar el diálogo, una referencia bastante enigmática de E. Laurent
en su texto: (1984) “Estructuras freudianas de la psicosis infantil”.
Concepciones de la cura en psicoanálisis”. (Ed. Manantial), donde explica que
la particularidad de Stanley es que siendo por entero máquina influenciada, él
es objeto a, atraído y rechazado por el significante. Pulsación por un lado, y
excitación y estupor por otro. Resaltando, (lo que a mi entender se le escapa a
Mahler), que la verdadera simbiosis no es con la madre, desde un plano
imaginario, sino que se produce con el significante en el registro simbólico.
Bibliografía:
- Mahler, M. (1953) Estudios 1. Psicosis infantiles y otros trabajos. Ed Paidós. Cap. XI y XII. Buenos Aires.
- Mahler, M. (1958) Simbiosis humana: las vicisitudes de la individuación. Ed. Joaquín Mortiz. México.
- Palomera, V. (1997) ¿Desde qué lugar puede operar el psicoanalista en el tratamiento de la psicosis?. A consultar en world wide web: www.revistaaen.es/index.php/aen/article/download/15556/15416
- Tendlarz, S. (1996) De que sufren los niños? Psicosis en la infancia. Paidós, Buenos Aires.
- AA. VV. (1969).
Revista de Psicoanálisis. APA. Nro. 1, tomo XXVI. Buenos Aires.
[1]M. Mahler (1958)
Simbiosis humana: las vicisitudes de la individuación. Ed. Joaquín Mortiz.
México.
[2]Tendlarz,
S. (1996) De que sufren los niños? Psicosis en la infancia. P. 94. Paidós,
Buenos Aires.
[3]M.
Mahler, (1953) Estudios 1. Psicosis infantiles y otros trabajos. Ed Paidós.
Cap. XI. P. 163. Buenos Aires.
[4] V. Palomera (1997) ¿Desde qué lugar puede operar el psicoanalista
en el tratamiento de la psicosis? A
consultar en world wide web: www.revistaaen.es/index.php/aen/article/download/15556/15416