martes, 4 de diciembre de 2012

Presentación del caso Marie Françoise de Rosine Lefort

  
Caso de Marie Françoise, Rosine Lefort

Introducción
El caso de Marie Françoise es el segundo que Rosine Lefort, con la colaboración de Robert Lefort, trabaja en su libro de El nacimiento del Otro, dos psicoanálisis, Nadia, 13 meses, Marie Françoise, 30 meses. Rosine escribe, tras cada sesión, el desarrollo de la misma en su diario de campo. A través de la escritura, consigue ordenar algo de aquello que queda fuera de sentido en la  contingencia de cada encuentro con el sujeto autista. Además, describe con precisión no sólo la fenomenología del autismo sino la evolución del sujeto a lo largo del tratamiento. Sin embargo, no será  hasta mucho después (las sesiones tienen lugar en el 1952 y el libro aparece en 1980) que Rosine reescribirá lo anotado en su diario a partir de las enseñanzas de Lacan.   
En cuanto a Marie Françoise, se trata de una niña abandonada por su madre a los dos meses de edad. Hasta los diez meses está en la “casa-cuna”  pero su precaria salud conlleva varias hospitalizaciones (algunas de meses) anteriores a su ingreso en la institución “Parent de Rosan” donde la atiende Rosine Lefort. Su tratamiento se inicia el 30 de septiembre de 1952 y finaliza el 24 de noviembre del mismo año. Es decir, dura alrededor de dos meses, y se sitúa en el contexto de un estudio en relación a las consecuencias que el síndrome del hospitalismo tiene sobre los niños de corta edad. 
Sin embargo, el tratamiento finaliza prematuramente y poco sabemos del desarrollo posterior de Marie Françoise. Rosine Lefort acaba la elaboración del caso con un tono pesimista: “En ausencia de relación con el Otro –infortunadamente la interrupción prematura del tratamiento nos priva de lo que hubiera llegado a ser de esta relación-, su cuerpo está realmente agujereado, y ella no ha podido hacer otra cosa que negar ese agujero, buscando en el campo de lo escópico, al doble que lo obturaría. Que yo no esté agujereada para ella, o que lo esté realmente, en todo caso no le permite articular una estructura en el campo del significante.  Para ella el mundo está realmente agujereado, y el espejo es solo un cristal donde ella y yo seguimos en un espacio real irremisiblemente separadas, aún cuando ese cristal entre ella y yo haga presente en el horizonte algún espejo.[1]
No obstante, leyendo el trabajo realizado por Rosine, uno tiene la sensación de que se producen ciertos encuentros que permiten observar un claro progreso respecto a la posición inicial de Marie Françoise. Si bien es verdad que el intercambio de significantes entre ambas se mantiene muy pobre, hay una mejora  substancial en cuanto a la fenomenología autista inicial.
Diagnóstico
            Marie Françoise presenta el siguiente cuadro clínico:
1.    Mirada extraviada.
2.    Contactos con los otros (sean niños o adultos) completamente inexistente. En cuanto a los objetos, entra en contacto con ellos sólo mediante el dedo índice y la nariz.
3.    No habla.
4.    Su motricidad se reduce a desplazarse sobre el trasero. Sólo anda si alguien la sostiene pero suele negarse a ello.
5.    Balanceo que afecta todo su cuerpo pero que a veces  restringe a sus brazos o a su cabeza.
6.    Violentos  ataques de cólera: se golpea la cabeza contra el suelo y emite fuertes gritos.
7.    Si bien el electroencefalograma es normal, tiene crisis nocturnas que presentan los siguientes rasgos: “rechinamiento de los dientes, crispación en el rostro, gritos, flujo de saliva y ojos en blanco[2].
8.    Antes padecía de anorexia y ahora padece de bulimia. 
Después de saber que Rosine sería quien trataría a Marie Françoise, se ponen sobre la mesa los diagnósticos de autismo y esquizofrenia.  Sin embargo, viendo el cuadro clínico que presenta la niña, se opta por el primero de ellos, sobre todo por lo que respecta a los ataques de cólera y a su inexistente interés por el entorno y por los demás.

La falta de agujero en el Otro y primera posición del analista: la pasividad.
Marie Françoise se presenta en las primeras sesiones con rasgos autísticos muy marcados: la no correspondencia de la mirada con los otros, un balanceo constante, mutismo y ataques de ira frecuentes. En resumen, hay una ausencia completa del Otro que sólo hace acto de presencia como un  Otro invasivo que provoca reacciones violentas por parte de la niña. Así pues, el Otro o no está (ausencia absoluta) o cuando está, lo está como amenazante.  Ya en el inicio de la primera sesión la niña da muestra de ello: “Bruscamente arroja el auto, se levanta sin apoyarse en los bordes de la cama, tan grande es la agresividad dinámica que le empuja hacia mí. Me golpea una vez en la cabeza riéndose, y después, enderezándome la cabeza, me da una bofetada magistral, con el brazo muy extendido, sin la menor huella de inhibición.[…] Una vez que ha comprobado mi sonrisa de comprensión, me da cinco bofetadas, todas igualmente magistrales y bien aplicadas. Está frente a mí, y se sostiene solamente con una mano que ha apoyado en mi hombro”[3].
La ausencia real del Otro impide a Marie-Françoise  en un primer momento cualquier tipo de demanda dirigida a él.    ¿Por qué? Pues porque tal ausencia impide agujerear a este Otro y, en consecuencia, extraer de él el objeto. Sin la mediación del objeto no hay nada en la niña autista que le permite dirigirle una demanda a este Otro. Como mucho, podrá encarnar un objeto real pero no llevará consigo ese objeto necesario para que se establezca algo de la transferencia.
En este sentido se inscribe la escena de la tercera sesión, la del 3 de octubre, en la que Marie Françoise padece una crisis muy fuerte ante la imposibilidad de articular una demanda hacia Rosine para que le sirva la comida que hay en el plato:
Lentamente su interés se centra en el plato de arroz con leche que está en el suelo. Tira los bombones para mirar sucesivamente al plato y a mí; pero se sustrae de nuevo a su emoción-deseo: toma el muñeco, lo oprime contra su nariz por unos segundos, después lo tira.
Vuelve a ponerse de pie, y apoyándose con las dos manos en el borde de la mesa inclina la cabeza entre sus brazos separados, acercándola cuanto puede al plato, haciendo ruidos con los labios.
Busca otro derivativo: al ver los pasteles se pone de cuclillas, los recoge, me vuelve la espalda para pellizcar un trozo, después los arroja violentamente lejos de ella. Se vuelve hacia la mesa, vuelve a ponerse de pie y me da a entender que debo poner el plato ante ella sobre la mesa.
Entonces comienza una escena sumamente penosa, que no tardará en volverse insostenible. Ella que padece bulimia y que se muere de ganas de comer ese arroz con leche, no puede hacerlo, y su angustia no se hace esperar. No comprende esta reacción, tan nueva para ella. Se mantiene de pie ante el plato, devorándolo con los ojos. Incluso acerca mucho su rostro. Sus ojos están dilatados por el deseo, sus manos crispadas sobre el borde de la mesa, y hace ruidos de succión muy sonoros. De vez en cuando vuelve el rostro hacia mí, con los ojos extraviados y un grito de auxilio, pero vuelve a contemplar el plato.
Su tensión es tan grande que se echa a temblar violentamente, con los brazos crispados. Retrocede, recoge los bombones, se vuelve a incorporar, y siempre frente al plato pero lejos de la mesa se crispa sobre los bombones, con uno en cada mano, y sus brazos casi tienen una crisis convulsiva. Esta crisis gana todo su rostro, que levanta hacia el techo con los párpados cerrados, la boca abierta sobre un grito que no sale[4].
Estas dos escenas en las que Lefort muestra una posición pasiva (la de las bofetadas y la de no acceder a dar de comer) junto con la observación de los profesionales del centro de la gran mejoría de Marie Françoise en solo tres sesiones, es la que empuja a la primera a dejar por escrito en la sesión del 4 de octubre la importancia de su posición como analista: “Dado que las enfermeras y el médico señalan en ella un cambio, y la encuentran mucho más atenta y dinámica, ceo que su comportamiento en la sesión y la evolución de su comportamiento desde el principio se resume así: estableció conmigo un contacto poco profundo, pero ha adquirido una certeza muy sólida de mi pasividad; una cosa y otra le permiten vivir su mundo interior, en parte segura de mi no intervención y en parte un poco protegida por mi presencia.”[5]
Problemática de la transferencia y segunda posición del analista: presentarse en falta.
Lacan destaca que, a diferencia del objeto de la necesidad (es un objeto presente que una vez saciado anula el circuito correspondiente) el circuito pulsional sigue una lógica distinta.  Lo esencial en él es que es un circuito circular que bordea el “objeto a” para seguidamente volver a su punto inicial. Es decir, aquí el objeto debe entenderse no como un objeto presente, sino justamente como un objeto  faltante cuyo contorno viene delimitado por el circuito pulsional.
Siempre que la trasferencia entra en escena, es porque hay algo de la articulación entre la pulsión, el objeto y el Otro. En el caso de la neurosis, si el analista hacia semblante de “objeto a”, es justamente para poder ser investido libidinalmente  mediante la transferencia como objeto substitutivo  y entrar así en el circuito pulsional del analizante.
Evidentemente, en el caso del autismo, esto es imposible puesto que el Otro no está agujereado y, por lo tanto, no hay manera de extraer de él ningún objeto. En consecuencia, ¿cómo puede la demanda pulsional del autista engancharse a ese Otro? La respuesta de Rosine Lefort en el caso a estudiar es muy clara y se fundamenta en la misma posición adoptada por la analista: presentarse en falta para que el niño autista pueda extraer algún objeto del cuerpo real de ella que sirva como medio de satisfacción ante su goce completamente desregulado.
Es complicado entender cómo puede suceder esto si Lefort encarna para  Marie-Françoise un Otro real. Sin embargo, ella destaca en la sesión del 25 de octubre una escena que nos puede servir de gran ayuda:
Este fracaso la conduce por último a dirigirse a mis gafas, que en última instancia podrían desempeñar la función de un objeto que ella quisiera sacarme, lo que haría de ese objeto un significante. Ahí reside probablemente todo el esfuerzo que hace para seguirme en lo que le digo y que ella comprende muy bien, si es que cabe decirlo así, como es clásico advertir que los pequeños psicóticos comprenden entre comillas todo lo que se les dice. ¿De qué comprensión se trata por aparente que sea? Marie-Françoise nos lo dice cuando me muestra mis gafas, las golpea, las arroja y las abandona para apoderarse del muñeco, ponerlo contra a su ojo y ponerse a rugir contra mí. Es como si por un breve instante hubiera percibido que con mis gafas me hizo perder algo, pérdida que es también suya, y cuya responsabilidad me imputaría al tiempo que la niega radicalmente, rellenándola mediante el muñeco que coloca contra su ojo. El muñeco es lo Real, es su doble que la defiende contra el significante del objeto de mi cuerpo[6].
Así pues, la extracción de un objeto del Otro real (en este caso las gafas) permite de alguna manera agujerear a ese Otro. Con el Otro real agujereado y con este  nuevo objeto extraído de él ocupando el lugar de un objeto medio de satisfacción pulsional se podrá instaurar algo de la transferencia. Resumiendo, es agujereando al Otro mediante la extracción de un objeto (las gafas) que se puede hacer existir a éste de alguna manera permitiendo integrar a Marie-Françoise en el circuito pulsional.
En consecuencia, la transferencia que se establece en la neurosis no es aquí operativa puesto que en el autismo el Otro simbólico no es supuesto para el sujeto. Solamente mediante la extracción de algún objeto del Otro real podría darse el caso de un cierto agujereamiento que permita un cierto vínculo entre el sujeto autista y el analista.
El caso de Marie Françoise es muy significativo al respecto. Mediante la extracción de objetos de Rosine (en este trabajo se ha estudiado el ejemplo de las gafas pero algo semejante se produce con un lápiz, con el pelo,…) se produce un giro sustancial en su posición. El hermetismo o la relación destructiva con el Otro inicial va dejando paso a nuevos encuentros donde este Otro es experimentado de manera cada vez menos angustiante. Las miradas o las palabras dirigidas a este último son un buen ejemplo de ello.

Conclusión
En las primeras sesiones, el Otro real de Marie Françoise no está agujereado, se presenta como completo, de manera que no hay la posibilidad de extraer ningún objeto de él que satisfaga su exceso pulsional. Es para ella un doble no mediado por ningún objeto y sin objeto la única manera de satisfacerse que tiene la pulsión es por la vía de la destrucción (pulsión de muerte).
Pero la posición adoptada por Rosine (la pasividad y posicionarse en falta) permite una articulación con un Otro menos invasivo a quien de alguna manera se puede agujerear con todas las consecuencias que esto implica. . Es un proceso lento, con sus avances y retrocesos, pero poco a poco los gestos y la mirada de Marie Françoise se humanizan. Es sorprendente el cambio operado en tan sólo dos meses de tratamiento, a pesar de la interrupción de este último. Finalmente, la niña  acaba por poder realizar un llamado a ese Otro hasta el punto de dirigirle una demanda pulsional  inexistente en un inicio.

Eduard Fernández Guilañá





[1] Lefort (1980), p. 370.
[2] Lefort (1980), p. 243.
[3] Lefort (1980), pp. 245-246.
[4] Lefort (1980), p. 247-248.
[5] Lefort (1980), p. 249.
[6] Lefort (1980), p. 317.

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